A veces tengo la sensación de que cuando hablamos de impuestos hoy en día hemos normalizado algo que es históricamente rarísimo. Como si el nivel de presión fiscal actual fuera lo que siempre ha sido, cuando en realidad es una anomalía gigantesca. Al revisar la historia, parece haber un patrón, la privacidad funcionó durante milenios como un freno natural a los excesos del gobernante de turno.
Este texto es una especie de recorrido por esa idea.
Antigüedad: impuestos bajos, no por falta de ganas sino por falta de medios
En Egipto, Grecia o Roma, los gobernantes querían recaudar todo lo que pudieran… pero simplemente no podían. No existía forma humana de saber cuánta cosecha había en cada aldea o cuántas cabras tenía cada familia. Y esa opacidad natural era, de facto, una forma de libertad.
En el antiguo Egipto, los faraones podían reclamar hasta un 20% de las cosechas, pero la recaudación dependía de estimaciones locales imprecisas y los campesinos escondían granos en silos ocultos aprovechando la falta de registros exhaustivos.
Ls atenienses ricos juraban solemnemente que estaban en ruina mientras desviaban bienes a primos lejanos. Al no existir censos sistemáticos, la privacidad comunitaria permitía esta resistencia pacífica.
Edad Media: más desorden, menos impuestos
La Edad Media no fue precisamente una época de eficiencia administrativa. Y ese caos jugó curiosamente, a favor del contribuyente. Los reinos eran fragmentados, las comunicaciones pésimas y los registros un desastre. Resultado: la capacidad real de recaudar era bajísima.
La gente vivía lejos, dispersa y difícil de controlar. Subdeclarar cosechas era tan normal como respirar. Y cuando un rey pedía demasiado, estallaban revueltas como la Jacquerie francesa. Ese límite estaba siempre ahí, recordando que el poder tenía fronteras.
Siglos XVI–XVIII: Estados más ambiciosos, ciudadanos más creativos
Aquí la historia ya empieza a hacerse más interesante con presiones fiscales sobre PIB estimadas del 8 al 12%. Los Estados centralizados querían financiar guerras constantes y empezaron a organizar el aparato fiscal más en serio. Pero aún carecían de herramientas para controlar todo.
La privacidad se volvió más sofisticada: contrabando, intermediarios, corrupción, operaciones nocturnas… No es que la gente fuese antisistema es que defendían su margen de maniobra en un mundo donde el Estado empezaba a querer saber demasiado.
Francia antes de la Revolución es el ejemplo perfecto: desigualdad fiscal, evasión masiva y un Estado que aspiraba a más de lo que la sociedad estaba dispuesta a tolerar.
Siglo XIX: dinero industrial, privacidad pre-digital
Durante todo el siglo XIX, incluso con ferrocarriles, fábricas y telégrafo, las transacciones seguían siendo opacas. Todo en efectivo, todo físico, todo disperso. Estados fuertes, sí, pero todavía ciegos en muchas áreas. La presión fiscal se mantuvo baja, en torno al 7–12%
Siglo XX: el gran giro — el Estado aprende a ver
Este es, el punto clave donde todo cambia. La presión fiscal en países desarrollados se disparó hasta rondar el 47% del PIB
De golpe, el Estado ya no necesita tu colaboración para recaudar:
- números identificatorios
- retención automática
- bancos obligados a informar
- moneda fiat
- digitalización administrativa
- cooperación internacional
La privacidad, la de verdad, la funcional, la que protege al ciudadano del exceso empieza a desaparecer pieza a pieza. El Estado ya no necesita perseguirte, simplemente te tiene localizado desde el principio.
La retención de impuestos en origen durante la Segunda Guerra Mundial es uno de esos saltos históricos que rara vez apreciamos. De repente, ya no puedes no pagar, el dinero nunca llega a tus manos, va directamente al Estado sin que tu intervengas en ello. Es un cambio civilizatorio.
A finales del siglo XX la privacidad fiscal de la humanidad entera había quedado reducida a una sombra muy delgada.
Vivimos en la anomalía sin darnos cuenta
Somos la primera sociedad de la historia donde el Estado puede extraer 3–5 veces más riqueza que en cualquier otro período… sin necesidad de coacción visible.
Y no porque seamos más obedientes o más cívicos, sino porque la privacidad desapareció como mecanismo de equilibrio.
Durante milenios, la gente pudo defenderse de la extracción excesiva mediante simples límites tecnológicos, geográficos y administrativos. No hacían falta manifiestos liberales ni movimientos revolucionarios, bastaba con que el Estado no pudiera verlo todo.
Hoy en cambio vive entre nosotros un mito muy extraño, que antes los impuestos eran más altos y los gobernantes más confiscatorios. La evidencia dice justo lo contrario. Lo moderno no es el Estado social, lo moderno es la capacidad técnica de recaudar sin resistencia.
Y creo que, como sociedad, deberíamos al menos ser conscientes de lo peculiar que es esto